Hay decisiones que nos van marcando a lo largo de la vida. Algunas parecen chicas en el momento, pero con el tiempo nos damos cuenta de que cambiaron algo en nosotros. Otras, en cambio, ya desde el principio se sienten importantes, como si tuvieran más peso que el resto. Elegir qué carrera seguir, empezar a trabajar o tomar la decisión de irse a vivir solo son de ese tipo. No hay una fórmula para encararlas. Cada uno lo hace como puede, con lo que tiene a mano en ese momento.
Lo interesante es que estas decisiones son pequeños
proyectos personales. Tienen un objetivo, generan dudas, y hay cosas en juego.
Además, hay un montón de factores que no controlamos. La teoría de los
proyectos habla de riesgo, incertidumbre, sensibilidad… y si lo llevamos a la
vida cotidiana, todo eso también está ahí cuando decidimos cómo queremos vivir
y nuestro futuro.
Elegir una Carrera: Decidir sin saber del todo
Elegir una carrera es, para muchos, la primera gran decisión
de su vida. Y también una de las más difíciles. Se espera que con 17 o 18 años
uno tenga claro qué quiere hacer el resto de su vida. En la teoría suena lindo,
pero en la práctica, no tanto. Porque en ese momento todavía ni sabemos bien ni
quiénes somos, ni qué nos gusta de verdad, ni cómo es el mundo laboral.
La información que tenemos para decidir es limitada: alguna charla con familiares, alguna orientación vocacional, lo que escuchamos de conocidos o lo que nos dijeron que tiene más salida laboral. A veces influye lo que uno quiere, otras veces lo que esperan los demás. Pero siempre hay bastante incertidumbre.
Si lo pensamos como un proyecto, esta decisión es una especie de apuesta con poca información concreta. No hay datos duros sobre cómo va a ser todo más adelante. Uno puede imaginar, hacerse una idea, pero certezas no hay. Y por eso, termina siendo una elección en la que hay que avanzar sin conocer todas las variables.
Igual, se elige. Porque quedarse sin hacer nada también es
una decisión. Y muchas veces, no decidir genera más ansiedad que mandarse y ver
qué pasa. Como en los proyectos reales, a veces hay que arrancar con lo que
hay.
Elegir un Trabajo: Entre la necesidad y la oportunidad
Después de decidir una carrera, e incluso antes de
terminarla, llega otra elección importante: empezar a trabajar. Y ahí aparecen
nuevas preguntas. ¿Qué priorizo? ¿La plata? ¿Qué me gusta? ¿La seguridad? ¿La
posibilidad de crecer?
Muchas veces el primer trabajo no se elige tanto como se
agarra lo que hay. Es mas por necesidad que por planificación. Pero con el
tiempo uno empieza a mirar un poco más allá: ¿Esto me sirve a futuro? ¿Estoy
aprendiendo algo? ¿Vale la pena seguir?
Desde la mirada de proyectos, esta etapa se parece a una
comparación de Alternativas. Cada opción tiene sus pros y sus contras: sueldo,
horarios, ambiente, distancia, carga mental. Y uno, aunque no se dé cuenta,
empieza a hacer su propio “Análisis de Sensibilidad”: ¿Qué pasa si cobro más
pero no tengo tiempo libre? ¿O si estoy cómodo pero no tengo chance de crecer?
La teoría dice que los proyectos están influidos por factores internos y externos. En la vida pasa lo mismo. Uno puede prepararse, esforzarse, tener todo listo… pero después hay cosas que no dependen de uno: cómo está el mercado, cuántos puestos hay, en qué momento justo te toca buscar. Y ahí aparece el riesgo. Porque cambiar de trabajo o quedarse también tiene un precio. A veces hay que animarse sin saber si es el lugar correcto. Y otras veces, quedarse en lo conocido también genera un desgaste. Como en cualquier proyecto, no moverse también es una decisión.
Independizarse: Calcular sin saber cuánto pesa
Irse a vivir solo es una decisión que muchas veces se toma más con el deseo que con certezas. Puede ser por necesidad, por buscar un cambio, por cansancio o simplemente por querer un espacio propio. Pero en cualquier caso, es un paso grande que cambia muchas cosas. Antes de hacerlo, uno puede imaginar los gastos, los tiempos, las responsabilidades. Pero vivirlo es otra historia. Hay cosas que no aparecen en ninguna planilla: la soledad, el cansancio, los imprevistos. Hay variables que cambian todo el tiempo: el alquiler, la inflación, los servicios. Y también hay aprendizajes que solo se entienden después de dar el paso.
Si lo pensamos como un proyecto, independizarse tiene un
nivel de riesgo bastante alto. No solo por lo económico, sino también por lo
emocional. El equilibrio entre lo que uno calcula y lo que realmente pasa no
siempre es fácil. Como en los Análisis de Sensibilidad, hay variables que
cambian poquito… pero afectan mucho.
Por eso, a veces uno espera mucho para hacerlo. Y otras
veces, lo hace igual, aunque no tenga todo resuelto. Porque hay decisiones que
no se pueden medir con exactitud. Se sienten. Se necesitan. Y aunque tengan su
riesgo, muchas veces vale más atravesarlas que quedarse con la duda.
Cierre
Con el tiempo, cada una de estas decisiones va marcando
nuestro camino. Algunas salen bien, otras no tanto. Algunas las pensamos
durante semanas, otras las tomamos en un día. Pero todas tienen algo en común:
se toman sin saber con seguridad cómo van a salir. Uno decide con lo que tiene:
lo que siente, lo que cree, lo que imagina.
Y si lo cruzamos con lo que dice la teoría de los proyectos,
no estamos tan lejos. Hay riesgo, hay cosas que no se pueden prever, y no
siempre se puede tener todo bajo control. A veces lo más importante no es
evitar los problemas, sino saber moverse cuando las cosas no salen como uno
esperaba.
La vida no es un Excel, pero tampoco es tan distinta. A
nuestra manera, vamos haciendo cálculos, midiendo cosas, tomando decisiones. Y
aunque no lo llamemos así, cada elección importante que hacemos es un proyecto más. Uno que nos acerca a la vida que
queremos vivir.
Lucas, por favor agrega las fuentes de consulta a tu artículo.
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